miércoles, 20 de octubre de 2010

Sueños

El hombre empezó a creer en el más allá la primera vez que soñó. Individuos de su tribu que él sabía fallecidos se le aparecían en sueños y le hablaban. Al despertar, no estaban. A falta de otra explicación, el hombre concluyó que había otra vida desconocida para él en la que sus muertos seguían viviendo y desde la que se comunicaban con los del más acá, mientras éstos dormían, en un sistema de referencias igualmente ignoto: nada era tan firme y predecible como en la vigilia, las identidades se confundían, el tiempo no era lineal, las situaciones, inverosímiles. La muerte, por tanto, no era algo tan terrible porque no era definitiva.

Así, los sueños fueron nuestro primer escudo contra el infortunio, el refugio primigenio frente a un mundo poco acogedor, lleno de amenazas, peligroso y hostil. Con el paso de no mucho tiempo, la otra vida perdió su vinculación con ellos, se independizó de toda actividad humana y ganó una autonomía absoluta, convirtiéndose en el club privado de sacerdotes, brujos y chamanes, únicos intermediarios entre los dos mundos.

Pero el hombre no se resignó a perder el control de sus sueños ni del papel que éstos desempeñaban como protección y cobijo. Empezó a fabricarlos despierto contando historias. Sucesos tan humanos como la guerra o pasiones como el amor se convertían en leyendas o cuentos tan caprichosos como los sueños mismos. Los dioses se mezclaban con él en una convivencia inverosímil; las tentaciones se convertían en sirenas; los animales se transmutaban: caballos con cuernos, águilas con cuerpo de león, hombres con cabeza de chacal… Los puentes con la otra realidad se rehicieron a base de cuentos.

Hoy vivimos un tiempo negro en el que las referencias en que se anclaba la vida de nuestros abuelos se desvanecen, dejando un vacío en el que la falta de certidumbres y el vértigo de un futuro inseguro nos aboca a un miedo permanente e impreciso, a la sensación de estar a merced de unas fuerzas que presentimos pero no vemos y mucho menos controlamos. Pero mientras tratamos de transformar este entorno que nos atemoriza, sigamos contando historias, construyamos cuento a cuento nuevas utopías como diseños en las nubes, esquemas luminosos del mundo que queremos, proyecciones de los sueños que siempre han querido robarnos.