sábado, 16 de abril de 2011

Negrín


Una vez estuve en Leipzig. Unos amigos y yo hubimos de hacer noche en ella durante un viaje largo. Todavía existía la República Democrática Alemana y era una ciudad gris, con el aire desolado de las que parecen deshabitadas por más población que alberguen. En el centro encontramos un hotel que tenía el aire de no haber sido pisado en décadas. Las paredes desconchadas, las bombillas mortecinas, el mobiliario de entreguerras y un conserje cadavérico daban la impresión de pertenecer a la época de la inmediata ocupación soviética. Conservo la tarjeta de identificación con el número de la habitación, 109, y, cada vez que la tengo en mis manos, no puedo evitar fantasear con la idea de que una copia de ella habría acabado en algún despacho de la Stasi.

Leipzig fue siempre celebrada por su Universidad. Alma máter de célebres investigadores, científicos y artistas, alcanzó alturas de excelencia que llevaron a su ciudad a dar nombre a un colectivo, la Escuela de Leipzig. Bastará con decir que por sus aulas pasaron Goethe, Leibniz, Wagner y Nietzsche.

Estos días en que se celebra el octogésimo aniversario de la proclamación de la Segunda República, me he acordado de Leipzig porque en su Instituto de Fisiología se doctoró Juan Negrín, tal vez el más íntegro y digno de los servidores republicanos. Allí continuó trabajando como profesor numerario y se casó, semanas antes del comienzo de la Gran Guerra, con la hermosa María Mijailov, iniciando una dura y dolorosa relación que, incluso tras la ruptura del matrimonio once años después, habría de amargarlo hasta su muerte.

Si bien su matrimonio con la rusa había sido, según su testimonio, fruto de un genuino y pasional flechazo, no fue ella el verdadero amor de su vida. Al poco de romper con María, Negrín comenzó una relación con una joven y humilde asistente de su laboratorio de análisis clínicos, Feliciana López, Feli, que le acompañaría el resto de su vida.

Feli procedía de una familia humilde. Huérfana desde pequeña, su padre había sido un guía del Monasterio de El Escorial. La chiquilla se había criado con unos tíos y, en cuanto tuvo edad, empezó a trabajar como costurera. Con el tiempo entraría en el laboratorio de Negrín, lo que cambiaría la vida de ambos.

La historia de esa relación es de las que no dejan de conmover. Con discreción, enamorados siempre, atravesaron los momentos más esperanzadores y los más dramáticos de nuestra historia. Juntos vivieron la llegada de la República, los convulsos cinco años que duró en tiempo de paz, los espantosos tres de la guerra y los diecisiete del exilio que aún vivió Negrín entre Dormers y París hasta su muerte en esta última ciudad. A lo largo de todos ellos, Feli, la frágil subalterna del laboratorio, fue el más firme apoyo del imponente doctor, diríase que casi el único de entre los muchos compañeros y amigos que dieron la espalda al estadista.

Cuando el 12 de noviembre de 1956 Negrín moría en su casa de París, fue Feli la que llamó entre sollozos a Mariano Ansó, ministro de Justicia en uno de sus gobiernos, para comunicarle la noticia. Acababan así treinta años de relación callada, de lealtad y compromiso.

En su final, sólo acompañaron a Negrín al cementerio de Père-Lachaise su hijo Rómulo, Ansó, el socialista francés y varias veces ministro Jules Moch y Feli.

En un acto desprovisto de todo protocolo, el féretro fue introducido en una fosa cercana al Muro de los Federados, parapeto de los últimos defensores de la Comuna de París en la primavera de 1871, fusilados sumariamente contra él de diez en diez.

Así, bajo la mirada llorosa de Feli, se daban la mano dos símbolos de la historia europea: los comuneros y el gobernante que nunca se cansó de decir que resistir es vencer.