domingo, 27 de noviembre de 2011

Cambio

Hace años que lo venimos oyendo y leyendo: la velocidad de los cambios se ha disparado hasta el punto de hacerlos incomprensibles a las generaciones más viejas. No sólo los ancianos, sino también los que han entrado en la madurez parecen no estar preparados para asimilar la ingente cantidad de novedades que se les caen encima: la tecnología, el comercio, la comunicación y los nuevos usos sociales son fenómenos cuya comprensión parece estar al alcance únicamente de los jóvenes y algunas mentes preclaras de los que ya no lo son.

Los que estamos a caballo entre los no preparados y los ya crecidos en esta época de vértigo tenemos el privilegio de haber asistido a la gestación y lactancia del nuevo tiempo. Un día tuvimos en nuestras manos los juguetes pre-mecánicos, las tablas de logaritmos, los discos de 45 r.p.m. y las conferencias a cobro revertido. Sin saber cómo, nos encontramos con pasatiempos electrónicos, calculadoras científicas, minúsculos dispositivos de reproducción musical y teléfonos móviles. Hemos podido adaptarnos porque hemos crecido al ritmo de la innovación, pero tal vez nuestros hermanos mayores lo han tenido más difícil.

La fuerza centrífuga de este loco girar expulsa lo malo y lo bueno. Perdemos cada día un trozo de lo que nos ha traído hasta aquí. Unas veces, sea bienvenida la pérdida; otras, lamentada.

Sin embargo, pasan los años y permanecen las mismas querencias, aquéllas cuya satisfacción no depende del signo de los tiempos: el gozo de la primavera, la memoria de la juventud, el escalofrío de una caricia, la plenitud del amor.