Al parecer vivimos tiempos de cambio. Los viejos paradigmas se desmoronan sacudidos por fuerzas cuyo origen desconocemos y a las que, por tanto, no sabemos qué oponer, si de neutralizarlas se trata, o cómo acoger, si conviene aprovechar su furia. (¿Qué no s'esperará d'aquí adelante/ por difícil que sea y por incierto/ o qué discordia no será juntada?). Los desheredados de ayer dirigen imperios; quienes hasta hace poco sembraban la muerte se ocultan aturdidos, incapaces de poner nombre al viento que los barre; las reglas que nos gobernaban se agrietan desprendiendo el polvo de los siglos.
Pero no, no nacemos a un nuevo tiempo. Otros desheredados seguirán los pasos de los de ayer; la marea dejará en la orilla otros caudillos de la guerra; nuevas pautas vendrán a sustituir a las ya antiguas, encauzando una vez más la corriente de nuestras vidas.
No, no renazco nunca. Sobre el tapiz continuo del abandono una ilusión de cambio sucede a otra, el amor muere nada más nacer, la misma soledad se viste de parecidos lutos.