Y así ocurre que, si bien en un primer momento sólo percibimos el efecto de la muerte de una persona querida sobre nuestro mundo, acabamos, mucho tiempo después, considerando la proyección de nuestro mundo en la memoria que conservamos de ella. ¿Cómo sería mi madre en un país donde existe el matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Qué sentiría sabiendo que algunas de las enfermedades incurables cuando ella murió se curan hoy con no mayor dificultad que una simple gripe? ¿Y si la llevaran por una autopista a 160 kilómetros por hora cuando en la época en que murió estaba acuñada la expresión “ir a cien” como indicación de máxima velocidad? ¿Cómo habría sido su proceso de adaptación a este presente?
El dolor cede hasta desaparecer, mientras la nostalgia gana terreno impulsada por el propio fluir de la vida. Porque eso es lo que definitivamente sucede: la vida es cada vez más patente, pero nuestra soledad también.
Sen ti todo é vida ao redor
¡Que soidade!
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