En el trance de expirar, en lo que Marlow conjetura un momento supremo de conocimiento absoluto, un memorable relámpago de clarividencia, Kurtz susurra sus últimas casi inaudibles palabras: “¡El horror! ¡El horror!”, acaso dirigidas a la imagen instantánea, que cree ver en su alucinación, del transcurso detallado de su vida.
Muchas interpretaciones se han dado del relato en general y de este pasaje en particular, pero a mí me llama la atención porque tiene un aire de ejercicio mental, como si se le hubiese pedido al feroz expoliador de marfil: “resuma su vida en una sola palabra”. Si ya resulta difícil extraer lo más relevante de una vida en una exposición sumaria, por cuanto el descarte de lo accesorio no deja de ser tan arbitrario como la selección de lo sustancial, la reducción de escala a un solo vocablo se antoja tarea imposible.
Sin embargo, Kurtz acierta a concentrar una vida de muerte, tortura, sometimiento, humillación y guerra en la palabra horror. Probablemente da en el blanco con increíble tino.
Me pregunto qué diría yo si en mi agonía se me sometiera a semejante demanda. ¿Qué término sería el adecuado para encerrar, siquiera de modo connotativo, todos y cada uno de mis días? Presumo que no diferiría mucho de Kurtz, quizás en un par de letras. Sí, reuniría mis últimas fuerzas y con un lánguido soplo murmuraría: “¡El error! ¡El error!”
3 comentarios:
Te echaba tanto de menos...
Muy, muy acertado, el retruécano.
Escuchaba yo hace un rato, en una noche de copas de las que ya intyes que tendrán muy poco recorrido, a una amiga diciendo: " No se me agotan las decepciones"
¿Fue el comportamiento de Kurtz una "decisión" que, como tal desgarra? Ya se sabe que sólo hay dos tipos de "decisiones": el amor y la revolución. ¿A cuál obedeció su comportamiento?
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