domingo, 4 de enero de 2009

Feliz año

Las llamadas del ayer me incomodan. Bueno, debería decir que me desasosiegan los ecos no bienvenidos. Me siento como esos fugitivos que, una vez que han conseguido arrinconar su pasado, se ven acosados por él por un desgraciado encuentro fortuito.

No quiero verme en ningún espejo. No quiero aprender de mis errores, que tal vez me gustaría volver a cometer. Qué mejor destino: recaer en el placer, en el regreso contumaz a lo vivo, a lo que he perdido, a lo que el maldito paso del tiempo me ha ido quitando.

La muchedumbre se mueve en dirección contraria, aunque puede que sea yo el que camina a contramano. Contramano, qué extraordinario adverbio tal vez sólo comparable a extramuros. ¿Por qué me gustarán tanto las palabras compuestas: antepecho, aguamanil, guardapolvos, parachoques, tragaluz?

¿Dónde estás, hermano, tú que me conoces desde que naciste? ¿A quién recurriré cuando quiera pasear por la memoria?

¿Dónde estás, amor? ¿Quién me guiará?

Declino la responsabilidad de mi vida hasta la fecha. Quiero nacer cada día, sin memoria, sin el recuerdo de tu aliento, sin el temblor de nuestro placer.

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