Encontré a mi viejo amigo X (no es una incógnita, sino la inicial de su auténtico nombre) en una red social de Internet. Es un nuevo miembro, pues sólo tiene cuatro amigos registrados: uno soy yo; los otros tres, sus hijas A y D y su hijo X. A la primera la conocí cuando todavía gateaba. Entró un día con ella en mi casa de la plaza de Mazarelos y la cría me destrozó una cinta de cassette. Hoy es ya una mujer de poco más de treinta años. A los otros dos nunca los conocí.
En los últimos veinticinco años sólo volví a verlo una vez, hace unos ocho o diez. Estaba de paso por Madrid y una amiga común le había dado mis señas. Apareció con su novia de entonces, a la que yo recordaba de Santiago, bastante menor que nosotros.
Conocía a X de las asambleas de estudiantes que se celebraban continuamente en los primeros años de la transición. Él era un ácrata de la FAI y sus intervenciones eran notables. Enhebraba bien los discursos y, como buen anarquista, tendía a la provocación. Pertenecía, junto con dos o tres reconocidos comunistas revolucionarios, a la vieja guardia del estudiantado levantisco que se la jugaba en los últimos años de la vida del dictador. Para los recién llegados eran una referencia.
Poco después lo conocí personalmente, ya no recuerdo en qué circunstancias. Compartíamos amigos y aficiones: ambos éramos lectores compulsivos, si bien debo reconocer que su sustrato cultural era más vasto que el mío, no en vano él estudiaba una carrera de letras, y yo de ciencias. En su biblioteca descubrí autores que luego devoraría: Carpentier, Torrente, Aub,… Llegamos a poner en marcha una librería, proyecto del que yo finalmente me desvinculé como consecuencia de mi caída en un abismo personal que se prolongó durante casi un año.
Ambos teníamos pareja y los cuatro llegamos a estar muy unidos. Él y yo éramos buenos cocineros. Las cenas en su casa eran entrañables: en alguna de ellas vi cocinar pizza, cuya masa X elaboraba con particular maestría, por primera vez.
En realidad X y yo no coincidimos más de cinco años, pero como suele ocurrir con los episodios juveniles, sobre todo si son intensos, permanecen en mi imaginación como si hubieran sido diez. La interminable lista de excesos que cometimos juntos, las situaciones extremas en las que nos vimos involucrados, toda la literatura que compartimos… han dejado a X asociado en mi memoria a los tiempos más turbulentos de mi juventud. Nada de lo que entonces considerábamos inmutable perdura: los amigos se han ido, las parejas de hoy son otras y de las de ayer poco o nada sabemos, vivimos en otras ciudades. Otros lecturas nos entretienen, estudiamos cosas diferentes.
Ahora he vuelto a encontrarlo, por casualidad, en este universo extraño y nos hemos conjurado para vernos pronto. Y esta noche, por un momento, mientras le escribía un mensaje, creí que al volver la vista hacia la ventana vería caer inmisericorde la lluvia de Santiago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario