viernes, 24 de abril de 2009

Carretera

El hombre utilizaba el automóvil para pensar. “Conducir me relaja”, decía. Se iba por carreteras comarcales y se abandonaba a los estímulos que le ofrecía el viaje. El monótono discurrir de las líneas discontinuas lo llevaba a calcular mentalmente el período del movimiento armónico que seguía su progreso intermitente. Las bandadas de aves que cruzaban sobre los campos disciplinadas como una legión lo sumían en reflexiones sobre los movimientos migratorios. Las miradas vacías con que lo escrutaban los paisanos a su paso por los pueblos lo invitaban a considerar la condición humana. Nada escapaba a su atención, su mente bullía inquieta como afollada por los kilómetros.

Aquella tarde se encontraba especialmente abatido por la melancolía. Llevaba meses de ese humor gris, desfondado y sin fuerza. La tristeza había llegado a sus días y sus noches para pasar una temporada que empezaba a ser muy larga. Temía tanto dormir como despertar, enfrentarse a la vida como hundirse en el sueño. Había intentado tomarlo con resignación, como uno más de esos períodos de regresión emocional de los que solía salir con la misma facilidad con la que entraba. Pero no, sabía que esto era diferente.

Buscó las llaves del auto, salió de su casa como llevado por un viento ligero, bajó a la cochera y la abandonó conduciendo muy despacio, o más bien dejándose conducir. Al cabo de media hora se encontraba viajando por la carretera que llevaba al norte. Leyó un letrero que rezaba: “Precaución, firme deslizante”, y se recreó durante unos minutos en el perfecto oxímoron que suponía aplicar el epíteto deslizante al sustantivo firme, sonriendo para sí al recordar su ejemplo preferido de contradicción: feliz matrimonio. Por un momento la aguda asociación lo animó y aceleró sin proponérselo. El chirrido de los neumáticos forzados en las curvas encendió en su memoria la evocación de la guitarra lacerante de una de sus piezas de rock más queridas. Recordando su ritmo pisó con fuerza el pedal. Un poco atontado por el vértigo de sus pensamientos y la velocidad del vehículo se abandonó a la sucesión de imágenes que se agolpaban en su mente: se vio con su amada en días no muy lejanos, gozando su amor con la lentitud del tiempo compartido; revivió emocionado la noticia de su embarazo, sintiendo todavía el latido de aquel pequeño corazón que se movía imperceptible en la ecografía; oyó de nuevo el fatal diagnóstico; volvió a asistir aturdido al parto mortal, al funeral y a la incineración. Pensó en el espejismo de la mejoría después de tantos meses. La rabia lo mordió en una recta interminable. Vio venir el camión y trató de calcular la energía cinética con que llegaría al impacto.

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