viernes, 24 de abril de 2009

Juventud

Generalmente se sitúa el paso a la madurez en el momento en que los jóvenes empiezan a tratarnos de usted. Yo siempre he pensado que el punto de no retorno llega cuando el tratamiento nos lo dispensa la gente de nuestra edad. Eso sí que es duro. Recuerdo que a mí me sorprendió en la cola de la pescadería (sí, ya sé que no tiene glamour). Se me acercó una mujer que debía de haber visto los programas de Locomotoro al mismo tiempo que yo y me preguntó: ¿es usted el último? A partir de ese momento abandoné toda esperanza de alargar la juventud.

Recuerdo que en una entrevista a Chavela Vargas hecha y publicada hace ya algunos años, el periodista, que desde luego no era un genio de la originalidad, le preguntó cuál era su opinión sobre el amor en la madurez. La mejicana, en cuya contestación se adivinaba un juicio socarrón sobre la estupidez de la pregunta, le espetó esta memorable respuesta: “A partir de cierta edad, hay que tener mucho cuidado de no hacer el ridículo”.

Y es que nos agarramos desesperados a la ilusión de la eterna juventud por la sencilla razón de que sólo los jóvenes pueden vivir el amor más intenso. Miente quien dice que cada edad tiene su forma de entender el amor, como miente quien asegura que en la madurez se conoce una plenitud ignorada en la juventud. No es cierto, no puede serlo. Lo único que, quizá, se acerca a la verdad es que el amor puede hacernos sentir más jóvenes.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carlitos, estás mejor con barba.