miércoles, 14 de enero de 2009

Tu pelo

El recuerdo más vivo de la primera vez que la besó era el tacto de su pelo. No es que se le hubiera olvidado la impresión de irrealidad que sorbió de sus labios, la dulzura de su lengua, el olor de su piel. Pero del revoltijo de sensaciones que se concentraron en aquellos segundos, por no sabía qué extraña razón, sólo pudo recuperar el tacto de su pelo cuando por la mañana habló con ella por teléfono. Todavía adormilado la llamó sin saber qué decir, pero con la urgencia de volver a oír su voz. “¿Cómo estás?”, le preguntó ella. “Bien, muy bien, pero todavía tengo mis dedos enredados en tu pelo”, contestó aturdido, sintiéndose de pronto torpe y abotargado. Cuando colgó se maldijo por no haber tenido la agilidad necesaria para decirle que estaba cayendo en un pozo insondable, que el vértigo lo desconcertaba, que una vida entera quedaba en suspenso a merced de su palabra o de su mirada.

Años después, con el amor todavía intacto, capaz en igual medida de temblar con la caricia de su cabello, ahora ya familiar, volvía una otra vez a sus rizos rubios, como si ellos ampararan una entrega rendida, una capitulación incondicional.

Y en sus noches solas, solo bajo las sábanas serias, evocaba la entrega del cuerpo generoso, abanderado de la rubia melena:

En crespa tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi corazón, ardiente de hermosura,
si el cabello deslazas generoso

jueves, 8 de enero de 2009

Los nombres de Dios

De los treinta y tres nombres de Dios has elegido los que evocan los sentidos. La main/qui entre en/ contact/ avec les choses. La que acaricia un cuerpo o siente la textura de las páginas de un libro, la que nos trae el mundo, la que se ofrece al niño y lo guía. La peau-/ toute la surface/du corps. Sí, la que lo envuelve y le da forma, la que siente la presencia del otro y la confirma. La regard/ et ce qu’il regarde. Son los nombres que lo acercan y lo hacen como tú. Te resultan tan ajenos como a mí todos los demás, los que capturan la hermosura del cisne, la llamada acogedora del fuego del hogar, la quietud de la garza, la voz que enseña un canto.

No necesitas repetir en una interminable letanía los noventa y nueve más bellos mientras buscas el centésimo, tan oculto al asceta como el júbilo del amor.

Porque tú eres capaz de mostrarme los verdaderos nombres de Dios, los que no precisan cábalas ni rosarios, ni sesudos concilios, ni listas de atributos: los que son tan humanos que los reconozco cada vez que me vuelvo a ti.

domingo, 4 de enero de 2009

Claro instante

Agonizo en el lamento, me consumo lentamente sostenido por el estremecimiento de tu memoria, me apago.

“Aun a pesar de las tinieblas bella/ aun a pesar de las estrellas clara”. ¿Quién, sino tú, ha nacido para merecer estos versos?

“Eras, instante, tan claro…/ perdidamente te alejas”

Feliz año

Las llamadas del ayer me incomodan. Bueno, debería decir que me desasosiegan los ecos no bienvenidos. Me siento como esos fugitivos que, una vez que han conseguido arrinconar su pasado, se ven acosados por él por un desgraciado encuentro fortuito.

No quiero verme en ningún espejo. No quiero aprender de mis errores, que tal vez me gustaría volver a cometer. Qué mejor destino: recaer en el placer, en el regreso contumaz a lo vivo, a lo que he perdido, a lo que el maldito paso del tiempo me ha ido quitando.

La muchedumbre se mueve en dirección contraria, aunque puede que sea yo el que camina a contramano. Contramano, qué extraordinario adverbio tal vez sólo comparable a extramuros. ¿Por qué me gustarán tanto las palabras compuestas: antepecho, aguamanil, guardapolvos, parachoques, tragaluz?

¿Dónde estás, hermano, tú que me conoces desde que naciste? ¿A quién recurriré cuando quiera pasear por la memoria?

¿Dónde estás, amor? ¿Quién me guiará?

Declino la responsabilidad de mi vida hasta la fecha. Quiero nacer cada día, sin memoria, sin el recuerdo de tu aliento, sin el temblor de nuestro placer.