lunes, 13 de octubre de 2008

Amor después de la muerte

La tarde templada vela
de la anciana adormecida
el leve sueño. Anida
una sonrisa que encela
lo que un soplo ya desvela:
repara y niega el receso
tan antiguo. Y el suceso
la felicidad devuelve.
El muerto amado la envuelve
con un suspiro y un beso.

domingo, 12 de octubre de 2008

Juguetes


Los movimientos de contestación nacidos al calor de las convulsiones de los años sesenta denunciaban el consumismo de una sociedad adormecida por el bienestar y el crecimiento económico. Ahora parece obvio que el nivel de consumo de aquellos tiempos era de una austeridad trapense comparado con lo de hoy. Nada dura, se favorece el reemplazo frente a la reparación, la fungibilidad ha alcanzado a bienes que se denominaban de consumo duradero, todo es desechable.

La casa de mis abuelos era como el túnel del tiempo. Libros anteriores a la Guerra Civil, adornos de anticuario en las estanterías, una radio prehistórica en los años del tocadiscos,… Recuerdo el huevo de madera para zurcir los calcetines, la imprentilla casera, la goma arábiga, el recado de escribir con sus plumillas, tinteros, papel secante, el juego de té de porcelana china, la petaca del tabaco de mi abuelo, el molinillo de café manual: todo ello dando noticia de un mundo ya casi desaparecido en la España del desarrollo.

Recuerdo también dos juguetes llegados del pasado: la casa de muñecas de mi madre y un Mecano de su hermano, mi tío. Sin duda, debían de ser los regalos de Reyes de algún año de los primeros de la década de los 40, cuando ambos tenían alrededor de diez o doce. Treinta años más tarde, seguían en casa intactos como el primer día. Si lo comparo con lo que duran los juguetes en las manos de los niños de ahora, parece que no han pasado setenta años, sino varios siglos.

Cuando yo era niño, en casa sólo había regalos en dos fechas: el cumpleaños y la fiesta de los Reyes Magos. Fuera de eso, nada. A ninguno de nosotros se nos habría ocurrido pedir algo en cualquier otro momento. Estaba tan fuera del orden natural de las cosas como comprar otro par de calcetines porque los viejos se hubiesen roto: para eso estaba el huevo de madera. Sin embargo, en una ocasión esa ley quedó suspendida.

Una tarde estábamos, como siempre, jugando en el jardín a la espera de que mi padre apareciera. Cuando llegó lo hizo con dos cajas, una para mi hermano y otra para mí. Eran dos juegos pedagógicos muy de moda por aquel entonces: dos cuerpos humanos desmontables. El mío era un esqueleto y venía con su manual para aprender el nombre de los huesos más importantes; el de mi hermano era de músculos. Recuerdo que el librillo que los acompañaba tenía una parte de ejercicios, en los que las respuestas (fémur, parietal, clavícula,…) estaban escritas en rojo. Un plástico transparente del mismo color servía para ocultarlas a la vista dejando sólo visibles las preguntas, escritas en tinta negra.

Cuando lo evoco, pienso que son tantos los regalos que mis hijos han recibido durante toda su vida que difícilmente recordarán alguno cuando sean mayores. Sin embargo, aquel esqueleto que mi padre me trajo una tarde que no era la de mi cumpleaños ni la de Reyes fue algo tan extraordinario e inesperado, tan contra la corriente natural de nuestra vida y como tan llovido del cielo que no lo olvidaré jamás.

viernes, 10 de octubre de 2008

El mundo de mis hijos

No entraré en el apasionante debate sobre la pulsión fabuladora del ser humano. Ni siquiera voy a especular sobre el futuro de la novela. Bastará con decir, si se me permite tomar en préstamo el genial comienzo de Bioy, que sospecho una estructura mental innata relacionada con la facultad de narrar.

Mis tres hijos, todavía no adolescentes, han creado un mundo paralelo. En él son Poño, Monpenion y David Guau, cada uno perteneciente a una etnia: las razas poño, peñas y guau, respectivamente. Los poños están enemistados con los individuos de la raza peque, mientras que los peñas son enemigos de los chiquis. Los guaus no tienen enemigos, pero dominan a los peñas.

Poñolandia es la tierra de Poño, equivalente por su extensión a América. La de Monpenion, comparable a Asia, es Peñaslandia en la que se puede encontrar el lago Péñigan. Finalmente, los guau proceden de Guaulandia, que se podría asimilar a Europa.

El idioma de los poños es el poño, y consta de dos palabras: mjrrrrrr y plop. Con ellas y las diferentes entonaciones y modulaciones de voz, se construyen oraciones. En Peñaslandia se habla el peñas, que también consta de dos vocablos: ruars y pw. En Guaulandia se habla el guau, que es como el español.

Poño tiene un animalito doméstico: Jabaloso, que es un ejemplar de poñobalí. Su mejor amigo es Pulpotti, un poñopulpo nacido y criado en la Fontana di Poño. La comida preferida de Jabaloso son las poñosetas y las poñogambas. Éstas últimas hablan.

Monruarsen, un ejemplar de peñasperro, es el animal de Monpenion. Su mejor amigo es Poperro, un peñasperro salchicha.

Gatuki, es el guaugato de David. Es como Garfield: gordo. Su mejor amigo es Boliche, otro guaugato. Su comida preferida son las guaulasañas y las guausardinas.

La raza poño es la que hace cucadas. Los de la raza peñas son los que hacen paridas y son ingenuos. La raza guau es la que hace gracia y la que domina a los peñas, como se ha dicho.

No todo ha sido armonía en la historia de estas razas. Los poño sufrieron una guerra: la Cucada Civil. Los peñas estuvieron implicados en el Segundo Ruars Mundial y los guaus lucharon en la Batalla de los Monólogos.

Ahora viven tranquilos divertidas situaciones como cuando Poño encontró a Jabaloso cuando se iba con Monpenion de caza. Estaba revolcándose en el barro con Monruarsen quien, nada más ver a Monpenion le soltó un ruars! y empezó a correr hacia él, pero se tropezó y dijo: pw!.

Este año se han celebrado las Olimpiadas en Peñín, capital de la Peñaschina. Jabaloso, también conocido como Jabaloso Phelps, ha ganado ocho oros en natación y tres en triciclo en pista.

Jabaloso duerme en un cajón y Monruarsen en una papelera.

sábado, 4 de octubre de 2008

Cernuda

Los poetas se pasan la vida entera intentando capturar un instante. Yo vendería mi alma por poder captar en un instante la vida entera.

Divino aquél que puede enjaular en unos pocos versos la suspensión de la vida en un aleteo, en el reflejo de una rosa en el agua serena:

Se sostiene el presente,
olvidado en su sueño,
con un ágil escorzo distendido.
Delicia. Dulcemente,
sin deseo ni empeño,
el instante indeciso está dormido.

¿Qué musa guía la pluma que alambica la niebla del presente en palabras con que los demás lo recrearemos?

Pero, juntamente, ¿cómo reducir la vida a dos versos? ¿Qué esfuerzo tal de compresión merece la sonrisa de los dioses?

He amado, ya no amo más;
He reído, tampoco río.