miércoles, 16 de septiembre de 2009

Lo grande y lo pequeño

Aunque ya estoy hecho –por fuerza– al avance de la tecnología de los últimos veinticinco años, sigo –también por fuerza– asombrándome de vez en cuando con alguno de sus productos, sintiendo algo parecido al pasmo pazguato del pueblerino que, por vez primera, ve la capital. Yo, que en el bachillerato utilizaba las tablas de logaritmos para las operaciones más complejas, me sorprendo en ocasiones mirando la calculadora electrónica en una especie de trance.

Por supuesto, los cambios relacionados con las comunicaciones, internet y el correo electrónico especialmente, son los que probablemente suponen la mayor diferencia aparente en nuestra vida cotidiana. El acceso universal e instantáneo a información que hace unos pocos años nos hubiera costado mucho tiempo y esfuerzo conseguir difícilmente puede ser subestimado. Y la correspondencia inmediata, con destinatarios de cualquier lugar del mundo, si bien nos priva del placer sensual de la cuartilla, el sobre y la pluma, derriba la barrera de la distancia, nos acerca a los demás. Diré a este respecto que seguí apegado al correo postal, por una especie de rebeldía y romanticismo entreverados, cuando ya el electrónico era el de uso general.

Pero si hay algo que me impresiona es el contraste tan descomunal de referencias: cómo en dispositivos no mayores que una moneda caben bibliotecas enteras, mapas de países, millones de fotografías, de piezas musicales… El paso de lo enorme a lo diminuto, de Brobdingnag a Lilliput, aturde intelectualmente tanto como conduce a la inseguridad por cuanto nos coloca ante la desigualdad primordial: la del hombre frente al universo.

Esa contigüidad de escalas, que obliga a un tránsito casi imposible de pautas mentales de medida para acomodar representaciones tan dispares, me produce una suerte de vértigo, un desasosiego íntimo en el que reconozco asombros pasados, incómodas sospechas de inviabilidad racional, incertidumbres antiguas, otros milagros.

Así, que en el embrión recién concebido se cifre una vida entera; que el leve roce de una mano desate una tempestad de turbación en el adolescente; que una vocal perfeccione un verso; que una palabra de consuelo detenga un llanto; que un encogido y viejo corazón pueda albergar un amor infinito.

1 comentario:

BAMBUEY dijo...

Las posibilidades que nos dá la tecnología son una maravilla. Recuerdo que cuando era chica fantaseaba que en el 2.000 los autos iban a ser voladores. Jamás imaginé que podía estar en mi casa hablando y viendo a otra persona en otro lugar del mundo, ver las cotizaciones de todas las bolsas, el pronóstico del clima, recorrer países desde una imagen satelital, estudiar idiomas, o simplemente, mirar una película de la década del ´30. Aún así, no hay como ir al campo a tomar mates o comer ciruelas al arrancarlas de la planta. La net nos demuestra lo pequeños que somos, y la naturaleza, que le pertenecemos.