miércoles, 1 de junio de 2011

El argumento ontológico

Releo El discurso del método y me recreo nuevamente en su Cuarta Parte, aquélla en la que establece como su primera idea clara y distinta –su criterio de verdad– “pienso, luego soy”, principio que puede recibir sin escrúpulo porque las más extravagantes suposiciones de los escépticos son incapaces de conmover.

Continúo con curiosidad a través de su trabada demostración de la existencia de Dios. Puesto que él duda, concluye, no es perfecto. ¿De dónde le viene la idea de imperfección, vale decir, de perfección? De alguna naturaleza más perfecta que la suya, que además debe ser externa a él. Y el mismo entendimiento de una naturaleza más perfecta demuestra su existencia: puesto que soy capaz de pensar que existe, debe existir.

El argumento no es nuevo, ya san Anselmo lo esgrimió en el albor del primer milenio. Donde Descartes se refiere a lo más perfecto que puede ser concebido, Anselmo de Canterbury habla de aquello tan grande que nada mayor pueda ser imaginado. La conclusión es la misma. Si podemos entender que hay algo tan grande que nada mayor pueda haber, debe existir, de lo contrario no sería lo más grande, pues existiría en nuestro pensamiento pero no fuera de él.

Y mientras lo leo y releo pienso en que todos los amores que vivimos nos parecen tan grandes que no podríamos concebir uno mayor. Y ese atributo les confiere un extra de realidad que los hace más gozosos. O más dolorosos. Después descubrimos que lo más grande puede ser superado por algo mayor y creemos que toda pérdida será finalmente compensada, recuperada con beneficio.

Y llegará el día en que nada compensará una pérdida, todo será descalabro y ruina, y finalmente, cuando ya sea tarde, sabremos que la existencia del más grande amor es una verdad clara y distinta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Amigo Carlos: ¿Qué etapa rara estás pasando, que te lleva a estos lares?

Vuelve a tí y a tú habitual "nomalidad". Lo que tenga que ser, será. Cuídate.

Anónimo dijo...

Merlín, pues yo no creo que llegue nunca nada más grande ni más bonito... En realidad tengo la certeza. Siempre la he tenido.