sábado, 23 de julio de 2011

Música

Escucho Apelo en la voz de Maria Creuza , afelpada como la mano de mi madre sobre mi cara antes de dormir. Su caricia me arropa en esta noche triste, como las de Silvio Rodríguez (“ojalá tu nombre se le olvide a esa voz”), Maria Bethania, Cesaria Evora, Bebel Gilberto, Mariza o Carlos do Carmo. No sé si es la melancolía la que me lleva a elaborar estas listas que concentran toda la amargura del vivir o si es el acaso de una combinación impensada el que me devuelve a mí, como diría Molloy.

No sólo están en el manojo los latinos. También me regalan con su pequeña aportación los anglosajones que saben lo suyo de lo que la vida puede desasosegar, de cuán próximos están los territorios de la normalidad y la ruina, de cómo un leve error de juicio puede llegar a confundir un futuro brillante con el destello cegador de la derrota.

Así voy entrando en la noche, de la mano de voces que me cuentan lo que ya conozco o sospecho: qué cerca estamos de perder, qué frágiles son nuestros apoyos, cómo se desvanece la felicidad que imprudentemente habíamos dado por eterna.

Menos mal que llegan en mi ayuda los italianos (Nicola di Bari, Jimmy Fontana, Mina…) que dan un tenue barniz de impostura al sufrimiento. Porque, ¿quién puede compadecerse de estos impenitentes vividores que mientras lloran preparan su próxima comida o conquista o lectura?

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