martes, 5 de mayo de 2009

El oficio de vivir


Azuzado por uno de esos mensajes en que se comparte el placer del texto releído, llevo unos días sumergido en el diario de Pavese, El oficio de vivir. Pavese me inquieta, como me inquietan todos los suicidas. Su poema Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Verrà la morte e avrà i tuoi occhi), que penetra como una navaja por la contundencia del verso que le da título, me hace removerme incómodo. Su último verso nos golpea como si asistiéramos a una ejecución: Mudos descenderemos en el remolino (Scenderemo nel gorgo muti), como golpea el poema entero (Para todos tiene la muerte una mirada).

También su diario conmociona y lleva a la zozobra. No puedo evitar buscar en cada frase el anuncio de su muerte, pensar en que la mano que guía la pluma que escribe para mí es la misma que abrirá los frascos de somníferos, los introducirá en la boca y alcanzará el vaso de agua que facilite su ingestión. La lectura se convierte así en un penoso escrutinio, en un examen minucioso que revele indicios, avisos, diagnósticos tempranos del instinto de muerte.

Los pasajes de crítica literaria tienen una particular agudeza, en especial si se tiene en cuenta que datan de unos años (la década de los 40) en que la disciplina no estaba muy desarrollada. Las digresiones sobre la unidad de los poemarios, la comunicación con el público en la tragedia griega, la utilización de las personas gramaticales o la composición de los relatos tienen un algo de prematuro para su tiempo. En ocasiones, nos arranca una sonrisa con sus asociaciones inesperadas:

Amor y poesía están misteriosamente unidos porque ambos son deseo de expresarse, de decir, de comunicar. No importa con quién. Un deseo orgiástico, que no tiene equivalentes. El vino produce un estado ficticio de esta clase, y en efecto, el borracho habla, habla, habla.
Las referencias a su vida íntima son conmovedoras, y nos presentan a un hombre débil, casi digno de lástima, maltratado por un destino cuya responsabilidad, sin embargo, no rehúye:

No tengo motivos para rechazar mi idea fija de que cuanto le ocurre a un hombre está condicionado por todo su pasado; en suma, es merecido. Evidentemente, buenas las he hecho para encontrarme en este punto.
En efecto, somos una especie de total contable, de acumulado de lo que hemos sido:

En el mundo nunca estamos del todo solos. En el peor de los casos siempre se tiene la compañía de un muchacho, de un adolescente, y sucesivamente de un
hombre hecho – lo que hemos sido nosotros
.
Pero no por ello nos cabe el consuelo del amparo de las condiciones sociales, de las circunstancias orteguianas, que Pavese despacha casi con desprecio:

Todo este hablar de revoluciones, esta manía de presenciar acontecimientos históricos, estas actitudes monumentales, son consecuencia de nuestra saturación de historicismo, por la cual, habituados a tratar los siglos como las hojas de un libro, pretendemos oír en cada rebuzno de asno el aviso del futuro.
Arrastramos, pues, desde nuestros años de formación, la responsabilidad de nuestro ser actual, cuyas malformaciones sólo podemos percibir a través del sufrimiento:

Sólo una enfermedad nos revela las profundidades funcionales de nuestro cuerpo.
Así presentimos las de nuestro espíritu, cuando estamos desequilibrados
.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Di salmastro e di terra è il tuo sguardo...