domingo, 7 de febrero de 2010

Nico

Nico llegó a España hace tres años. Una conjunción de azares hizo que el permiso de trabajo que las autoridades habían concedido a nombre de su hermana terminara, contra su deseo, en sus manos. Sin saber cómo, el documento, por el que tantos compatriotas habrían matado, fue rechazado, por una u otra razón, por todas las mujeres de la casa: cuál porque daba pecho a un recién nacido, cuál porque no era autorizada por su marido, y así una tras otra. Nico, que era casi una madre niña, tuvo que dejar a sus dos hijos al cuidado de la suya para que toda la familia pudiera aprovechar el inesperado premio de un lugar en el paraíso europeo.

Durante estos tres años, en los que consiguió una prórroga del permiso que con toda seguridad le valdrá la nacionalidad dentro de otros cinco, ha trabajado cuidando niños, cuidando ancianos, como dependienta, como camarera… siempre con la misma sonrisa inocente con la que despegó de Guayaquil tras despedirse de sus dos chiquillos, el más pequeño de los cuales estaba recién destetado.

Nico no entiende este país, ni a su gente. Las pautas de comportamiento le resultan ajenas; la burocracia administrativa que enreda a los extranjeros, incomprensible; el modo de vida, desasosegante. Ha ido apilando, con la paciencia de los pueblos indígenas, motivos para el descontento. También ha descubierto muchas cosas que no le gustan, como la música orquestal, porque era la que sonaba en su vuelo durante el despegue y el aterrizaje, de forma que se entristece cuando la escucha y su rostro de niña se contrae dolorido al recordar la puñalada de la separación.

Se mueve en el mundo cerrado de la comunidad inmigrante, en la que la vida es especialmente dura: no faltan los odios, las envidias, los robos, la violencia, la inseguridad. Tampoco las mezquindades que siempre acompañan a la precariedad: las despensas divididas, la insolidaridad y las pequeñas traiciones domésticas. Así que el anhelo de Nico es otro: ella no suspira por quedarse, sino por volver. Todos los días se levanta sintiendo la llamada de los suyos, añorando el amparo de su madre, oyendo la voz de sus hijos. Sus amigos le aconsejan que se lo piense, le recuerdan lo difícil que es sobrevivir en Ecuador, lo mucho que sus hijos necesitan sus remesas mensuales. Pero Nico cree que podrá salir adelante en su pueblo natal, allá en la costa del Pacífico. Y, poco a poco, llevada por una fuerza creciente, está preparando su regreso en una especie de sueño invertido: aquél en el que el edén y el infierno se truecan, en el que el fin del viaje está en el puerto de salida.

No hay comentarios: