viernes, 4 de julio de 2008

Cosas que no soporto

Mi madre me dice que estoy en una edad difícil. Lo sé. Por ejemplo, tengo una libreta en la que apunto todo lo que no me gusta. “Cosas que no soporto” reza el título en la primera hoja. No lo hago para no olvidarlas, lo que sería ridículo porque entonces no se trataría de notas sobre lo que me disgusta con carácter general, sino un mero registro de contrariedades ocasionales. Tampoco con esperanza de redención, pues la mayoría de las cosas que me revientan está fuera de mi control: de no ser así, dejarían de amargarme fácilmente. Lo hago con una finalidad terapéutica. Me gustaría averiguar, con una razonable precisión, la naturaleza de mis obsesiones: si son síntomas de una inadaptación venial como corresponde a una personalidad compleja pero singular como la mía o, por el contrario, tienen una deriva abiertamente patológica, como las de Raymond Marks (The wrong boy) o Holden Caulfield (The catcher in the rye).

Las cosas que no soporto están numeradas, pero no por el grado de irritación que me producen, sino por el orden en que se me ocurren. El número uno corresponde a los libros forrados, en especial los que están forrados con papel de revista, temporalmente forrados, podría decirse: sus repugnantes dueños pretenden devolverlos inmaculados a la estantería de la que salieron, donde compartirán espacio con alguna vomitiva fotografía familiar o con algún souvenir del viaje de novios. Hay varios apuntes que corresponden a frases acuñadas. Odio las frases acuñadas como “soy muy amigo de mis amigos”, “las elecciones son la fiesta de la democracia” o “el desayuno es la comida más importante del día”. Sería capaz de matar a alguien que me dijera que el desayuno es la comida más importante del día.

Hay también elementos más abstractos, vicios de orden psicológico como la intemperancia, la soberbia, la tacañería o el servilismo (me mata la gente servil) así como compulsiones inferiores como morder los bolígrafos, estirar el meñique al beber, hablar muy alto o comer muy lento. A la gente que arroja monedas a las fuentes y estanques me gustaría ahogarla.

El aspecto exterior tiene un lugar de honor entre las cosas que no soporto: el bigote, los pantalones de pirata, el chándal o la maxi-falda, que considero el mayor inhibidor del deseo sexual, por encima incluso de los dientes pequeños.

Pero si tuviera que eliminar algo de la faz de la tierra, ello sería mi obsesión número veintisiete: las sandalias con calcetines. Hay grados, de acuerdo: no es lo mismo que se combinen con un pantalón corto que largo, con una camisa que con una camiseta interior, con una barriga que con un estómago plano. Pero unas sandalias con calcetines deberían abrir a quien las lleva las puertas del infierno.

Me llama mi madre. He de acordarme de apuntar mi odiosum número ciento cincuenta: la maternidad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Entre los varios que olvidas, ¿está el de marcar los libros doblando las páginas? ¿O, como decía Cortázar,apretar el tubo de pasta de dientes por atrás? ¿O, horror, el convertir una zapatilla en pantufla?

Anónimo dijo...

Perdón "U, horror"

Anónimo dijo...

Otra expresión que olvidas, mi querido Carlos... "mejorando lo presente" ¿de verdad es una expresión cortés, como pretende aparentemente?? ¿qué demonios quiere decir?? simplemente que aquéllo que citamos es mejor que lo presente... ¿y es necesario decirlo?. y otra "es muy amigo de sus amigos" ¿y un cabrito con el resto?? no lo soporto...