lunes, 14 de julio de 2008

Taller de costura

A la finca se accede a través de un conjunto de hierro forjado: un portalón de dos pesadas hojas flanqueado a ambos lados por un enrejado de barrotes trabados que asemejan lanzas sobre un zócalo corrido de granito. En el dintel arqueado la obra de forja dibuja volutas. Un pequeño sendero pavimentado con conchas desmenuzadas lleva a la puerta de la casa, de madera blanca, también de doble hoja, con estrechos paneles de cristal traslúcido y una aldaba de bronce que representa un puño cerrado sobre una esfera. Atrás han quedado las palmeras datileras que bordean la vereda. En el lateral derecho del caserón los caquis escoltan el camino al lavadero, de dos senos de piedra, que se antoja de una sola pieza, estregaderos incluidos. El agua llega mediante una bomba manejada con una manivela que hace girar una rueda de hierro. Por el izquierdo se baja hacia el fondo de la finca entre laureles y hortensias.

La trasera de la casa da a otro caminillo que apunta al mar. En su cabecera dos impresionantes magnolias descubren sus raíces entrelazadas. Al final, un pequeño prado rodeado de higueras sirve para tender la ropa que la criada baldea para blanquear. Desde allí se puede ver la galería o mirador posterior que las mujeres usan como taller de costura.

Es de estilo gallego, con algunos cristales de colores (verde botella, azul, rojo...) a modo de vitrales, relativamente estrecha y larga. Por las ventanas del extremo izquierdo casi se pueden tocar las ramas de las magnolias. En esa misma parte hay una máquina de tricotar. Más a la derecha, un montaje de devanadera y bobina para aspar y ovillar la lana que se obtiene de las prendas viejas. El proceso es artesanal: se va deshaciendo la pieza haciendo girar el aspa. Antes de que el hilo llegue a ésta pasa por una pastilla de cera que una mujer sostiene y sirve para suavizar la lana. Una vez hecha la madeja, se fija uno de los extremos al eje de la bobina, que no es perpendicular al de giro, por lo que al dar vueltas forma unos ovillos de dibujos geométricos. Antes de que llegara la devanadera era otra mujer la que sostenía la lana para hacer la madeja.

La máquina de tricotar tiene un frente corrido, como una encimera, con multitud de ranuras verticales, tal vez más de cien. En cada ranura sobresale una pequeña clavija corredera a lo largo de ella. Las clavijas se manejan con unos accesorios parecidos a agujas de ganchillo, como pequeños garabatos, que sirven para situarlas a la altura adecuada. La disposición final de todas ellas es la pauta que da como resultado la figura del tejido. Es como programar el diseño del entramado.

Si levantan la vista de la labor, las mujeres pueden ver las dornas en que los pescadores del pueblo llevan las nasas para sembrar la ría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carlos, deberías continuar...