lunes, 23 de febrero de 2009

Carrera nocturna

A veces salgo a correr por la noche. El parque parece otro y apenas reconozco la ciudad que se ve desde lo alto: cientos de miles de luces ocultan su identidad, la hacen intercambiable por cualquier otra, deslumbran los ojos y la percepción de quien las mira. Sin embargo, el parque está casi a oscuras. No sé si de propósito o por mera desidia del ayuntamiento, las farolas que jalonan mi carrera derraman casi con timidez una luz amarillenta, desmayada, ictérica, que apenas me revela los contornos imprecisos de gentes y animales hasta que estoy muy cerca de ellos. Porque por la noche, en el parque, desaparecen los niños y se multiplican los perros. Quienes diríase que permanecen son las mujeres: durante el día paseando a los críos y con la oscuridad a los canes. A veces, unos cuantos metros por delante, el súbito brillo de una brasa de cigarrillo me avisa de que alguien viene hacia mí. Otras, me sobresalto al pasar casi rozando a una pareja sentada en alguno de los bancos de la vereda, abrazados y hablándose muy bajito, quizá construyendo un sueño, quizá decidiendo el nombre de su hijo, tal vez simplemente susurrando los suyos. Cuando paso bajo una farola, mi sombra nítida empieza a alargarse al ritmo de mis zancadas. A medida que me acerco a la siguiente, la silueta se empieza a desvaír hasta desaparecer, y vuelta a empezar.

Como voy con auriculares escuchando música, sólo veo lo que miro, no lo oigo. "Como Beethoven", me gusta pensar. Es como tener la música en la cabeza. De todas las listas que almaceno, cuando salgo a correr selecciono la que he titulado pop-rock-rythm & blues. Elijo pasillos-boleros-valses (aunque también hay sanjuanitos, yaravís, tonadas o albazos) cuando estoy triste; fados cuando estoy muy triste; bossa para mis momentos románticos, cada vez menos; salsa-bachata-merengue para beber a solas. "Como Carlos V", me gusta pensar (el español con mis tropas, el francés con las mujeres, el alemán con mi caballo, etcétera). Muchas de las canciones están asociadas a un momento de mi vida, a un amigo, a una casa, a una estación del año, a una mujer… Y voy escuchándolas como si las pensara, dejándome llevar a muchos años de distancia: suenan CCR y estoy en los tórridos veranos de Arbo; Ten Years After, y me voy a la habitación de Indalecio, en la calle de la Rosa; Dr. Feelgood, con Fernando, en su casa de Pontevedra; Rolling Stones, con Ada; Beatles, con Carmela; Ramones, con María José en La Coruña; Aztec Camera, con Chao en San Bernardo.

Y así, al trote, voy a caballo de dos mundos: el que veo y el que oigo, el que vivo y el que recuerdo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quizás, si te dejas llevar por recuerdos más lejanos, te veas en las pesqueiras de Arbo con un cassette Sanyo escuchando música. O, tras el biombo de tu abuela con olor a formol, escuchando a Henry Stephen en el pick up. O, ¿eran los Archies, con Sugar Sugar?