viernes, 13 de febrero de 2009

La estantería de babor

Tengo mis libros desperdigados por toda la casa. Voy acaparando espacio para ellos a medida que se queda libre o lo ocupo casi militarmente. Por ello no están colocados según un criterio de clasificación. El resultado es que, en ocasiones, me paso varios días buscando un ejemplar.

Ahora me he traído el ordenador a la habitación de uno de mis hijos, que está de viaje. A derecha e izquierda de la mesa están apilados en desorden unos trescientos o cuatrocientos volúmenes, no todos míos, por cierto, porque mi hijo es también un lector vocacional a sus once años.

Me he quedado mirando distraídamente los anaqueles de babor comprobando la peculiar cohabitación de obras dispares. En lo alto del mueble se amontonan libros de estudio: estadística, entre los que está mi viejo Fundamentos, de Sixto Ríos, que tiene a su lado su Cálculo infinitesimal; contabilidad financiera, analítica, análisis de balances; análisis matemático; álgebra lineal; econometría (todavía conservo el Kmenta); teoría económica, macro y micro, con mi tan fatigado Lipsey, heredado hace más de treinta años de una buena amiga, y el Branson. Acostado y ocupando casi un cuarto de la balda, tengo una magnífica edición de 1891 de las tablas de logaritmos del Servicio Geográfico de la Armada francesa (Tables des logarithmes a huit decimales et de sinus et tangentes de dix secondes en dix secondes d’arc dans le Systeme de la division centésimale du quadrant). En la estantería inmediatamente inferior se mezclan mis obras de Beckett, tantos años pegadas a mí a través de Galicia y media España –mi Molloy, de Alianza, tiene el nombre de mi entonces novia y la fecha de compra: Ada, 9-III-1976, las de Vargas Llosa que he ido acumulando, y otras sueltas de Tabuchi, de Quincey, Stendhal, Laforet, Carroll, Faulkner, Aub, Flaubert, las Meditaciones de Marco Aurelio, un ejemplar de Taurus de las Cartas de Egipto del padre Teilhard que mi madre regaló a mi padre el día de su santo: 4 de noviembre de 1967. La pobre moría menos de cinco meses más tarde.

Sigo bajando y veo algunos códigos (el civil, el de comercio, el de justicia administrativa, la Constitución, la ley de propiedad horizontal), algunos textos latinos (Cicerón y Virgilio), una selección de los mejores cuentos policiales de Bioy y Borges, Umbral, Benedetti, Galdós, el Tom Sawyer de Mark Twain y unos treinta volúmenes de clásicos y de poesía, muchos de ellos de Cátedra: sor Juana Inés, Fernando Herrera, Quevedo, más Benedetti, Machado (su Mairena en dos volúmenes), César Vallejo, García Montero, Paz, Goytisolo (José Agustín), Blas de Otero, el Lazarillo, don Juan, un par de rarezas japonesas (Masaoka Shiki y Akiko Yosano). En la siguiente están las joyas de la novela negra, en las ediciones baratas de Bruguera: Jim Thompson, Chandler, Chester Himes, Ross MacDonald, John Frankin Bardin (en Ediciones B), Tolkien, Anxel Fole, algo de García Márquez, varias obras de Valle (la trilogía del Ruedo Ibérico, las Sonatas, el Tirano), Margueritte Duras, Machado de Assis, Chejov, Camus, una enciclopedia del habano, Guy de Maupassant, un curso de árabe, una antología comentada de la poesía lírica española, Eco y una reliquia de la biblioteca Salvat de RTV: Ayax, Antígona y Edipo Rey de Sófocles, que mi amigo Xiao me prestó y nunca devolví, fechada en 1970 cuando, si mis cálculos son buenos, no debía de tener ni dieciséis años.

En la quinta están los libros de ajedrez, entre los que se encuentra uno muy curioso: Juegos de ajedrez y los misteriosos caballos de Arabia, que es como los de problemas pero en el que el razonamiento es inverso, es decir, partiendo de la posición propuesta hay que regresar varias hacia atrás hasta dar con la de partida. Veo también algo de Eça de Queiros, César Aira, Félix de Azúa, el Sinuhé, algunos libros de historia de la España visigoda, tema que me interesó una temporada, y, a la derecha, economía política clásica: Marx, Smith, Ricardo, Keynes, Stuart Mill, más manuales de teoría económica de mis años de estudiante (Bilas, Bailey, Richardson, Hicks, Tamames), la Historia de Galicia de Risco, algunos libros de cocina y piezas sueltas de Vázquez Montalbán, García Márquez, Monod, Lázaro Carreter,…

Todavía me quedan tres baldas. En la primera de ellas, a la siniestra mano, hay obras de filosofía (Aristóteles, Platón, Husserl, Russell, Wittgenstein, Isaiah Berlin, Kant) y algunos libros de filosofía del lenguaje y lógica simbólica. En la parte derecha hay otro batiburrillo en el que entran Sweezy, Hobsbawn, Puente Ojea, Trotsky, más Montalbán, más Mendoza, Savater, Fleur Jaeggy (magníficos relatos). En la penúltima, parcialmente ocupada por los libros de texto de mi hijo, hay más Marx, la Historia de las Indias de Gómara, Jane Austen, Italo Calvino, Homero, Poe, Lovecraft, Walter Scott y mi queridísima Historia de la Segunda República de Tuñón, que tantos recuerdos me trae.

De la última sólo destacaré dos cosas: mi colección de Astérix y Obélix y lo que más quiero de mi biblioteca: los números 1 a 91 de Inprecor, la revista de la IV Internacional (trotskista), que van de junio de 1974 (en plena revolución portuguesa) a abril de 1980, encuadernados en cuatro tomos. Contaré el porqué de mi cariño por estos restos de nuestro pasado revolucionario: cuando murió mi amigo Fony, los cuatro más íntimos fuimos a su casa a tratar de consolar a sus padres. No sé quién nos llevó a su habitación y nos dijo que cogiéramos algo que le hubiera pertenecido para conservarlo como recuerdo. Tampoco sé qué eligieron los demás. Yo llevaba muchos años tratando de comprarle la colección de Inprecor que él había ido haciendo con su meticulosidad y constancia. Así que no me tomó ni un segundo decidir. Por eso tengo esta relación con los tomos de la revista revolucionaria: para mí son a la vez el testigo de unos años inolvidables y la herencia de un querido amigo de mi niñez y de mi juventud.

1 comentario:

prometeo dijo...

Cuanto tiempo disfrutamos mirando los lomos de los libros, que placer cuando alguno esta de incógnito y le reconocemos al abrirlo para saber su título, como se dispara la nostalgia, que placer la relectura fugaz apoyado en la estantería, interrumpiendo una vez más el enésimo intento de ordenación...
Que momentos más sabrosos la disputa por la propiedad de algun título con mis hijos....