viernes, 25 de abril de 2008

Grândola, Vila Morena



En el sur de la provincia de Pontevedra, en tierras del bajo Miño, hay una comarca llamada El Condado. En uno de los pueblos de la zona, Arbo, pasé algunos veranos inolvidables. Allí viví las pasiones más violentas de la adolescencia: la amistad de la juventud y el primer amor.

Las mañanas eran del río –que a su paso por Arbo es la frontera natural con Portugal–, manso en su curso medio pero con amenazantes rápidos cuando bajaba el nivel. Entre ellos se formaban peligrosos remolinos contra los que los mayores nos prevenían. Al parecer, alguna vida habían cobrado. La orilla era un tapiz de hierba. Más allá, los matojos, las “xestas”, los pinos y el tojo nos aislaban de la carretera de la estación, desde la que esporádicamente nos llegaba el eco sordo de algún motor (quizá como el de los coches que se adentraban en el bosque de Mantua). Cuando bajaba el ganado a pastar, llegaba con ellos una legión de tábanos que asaeteaba nuestra piel mojada. Las tardes discurrían lentas, perezosas, casi exánimes por el calor que en aquella región, por extraño que parezca, llega a ser africano. Algunas noches tocaba verbena: todavía eran los tiempos en que había una única fiesta en el año, la del patrón del lugar. Se contrataba una orquesta que interpretaba los éxitos del momento junto con los clásicos pasodobles, rancheras y boleros.

Volví por última vez en el verano del 74 cuando ya nada me ataba al pueblo. Los amigos se habían ido y mi primer amor había dado ya paso al segundo. El primer día que bajé al río fui sorprendido por los gritos que desde la otra orilla nos daban los muchachos portugueses: ¡Espanhois, feixistas! En aquel momento no entendí a qué venía su agresividad, pero esa misma tarde me explicaron que desde la revolución de abril eran frecuentes los insultos. Aquellos portugueses, con una larga carga de dictadura salazarista y de complejo ante los españoles, por fin habían encontrado en su revolución la dignidad que les hacía sentirse moralmente superiores.

Hoy es 25 de abril y se cumplen treinta y cuatro años de la revolución de los claveles. En nuestro recuerdo se agitan todavía las notas del Grândola, Vila Morena de José Afonso usada como santo y seña de los rebeldes; las impagables imágenes del capitán Maia abriendo los brazos ante una columna de blindados y de la pequeña anónima poniendo un clavel en la boca de un fusil; detalles entrañables que nos humedecen los ojos, como el de los tanques sublevados parándose en los semáforos respetando la luz roja: ¿qué mayor y mejor símbolo del espíritu cívico de la rebelión? Pero, sobre todo, pervive en el inconsciente de mi generación el ejemplo de un pueblo sojuzgado que encuentra la manera de levantarse humilde, casi sin elevar la voz, como sin querer ofender, contra la tiranía.

Como todos los sueños, el de la revolución de abril también murió. Los sucesivos intentos de golpe desembocaron en el definitivo de noviembre de 1975. Pero la de los claveles pertenece ya al acervo de las revoluciones populares que impiden que nos olvidemos de que la injusticia es vulnerable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Era nuestro segundo viaje de pareja. Pasada la frontera por Badajoz y en un pueblo cercano a Évora, cuando el sol poniente hacía aún mas guapa a la que hoy es mi mujer, nos paramos. En una pensao pedimos una habitación y la señora que se ocupaba de la recepción nos pidió los pasaportes. Los recogió, los miró, les dió la vuelta, nos miró y se metió a la oficina con ellos. Desde el mostrador la escuchamos discutir con un hombre. Sigo sin entender el portugués y solo alcancé a entenderla: "Casados o non casados, yo les doy la habitación". La noche fue terrible, nos atacaron varias divisiones formadas de pulgas defendiendo el colchón que habían conquistado y que consideraban les invadíamos. Al día siguiente, la señora nos preguntó cuando nos servía el desayuno: "¿Han sido felices?". Contestamos: "Sí"

Anónimo dijo...

se tiraban los jóvenes desde las "presqueiras" y, de cuando en vez, se oía la voz del barquero gritando "fica pra alá" ( cuando no pasaba flotando leve el grandón de Barcia río abajo...