domingo, 20 de abril de 2008

Los nidos de antaño

Hace unos años, leí un artículo periodístico sobre D. Juan Tenorio. Creo recordar que fue durante una semana santa, época en la que vuelven con puntualidad suiza las representaciones de la obra. El autor venía a decir que, siendo una pieza de calidad irregular, no exenta de memorables ripios, era de las que más versos había dejado en el acervo popular. Ponía los evidentes ejemplos de “no es verdad, ángel de amor” o el inicial “¡Cuál gritan esos malditos!”. Como anécdota contaba que siempre que iba a visitar a un amigo de nombre Juan, nuestro autor –que se llamaba Luis- , le espetaba en cuanto abría la puerta: “Vengo a mataros, don Juan”, a lo que el otro respondía con el obvio “según eso, sois don Luis”.

Lo he recordado hoy porque he vuelto a decir, cuando llegó la hora de salir, “vámonos poco a poco”, fórmula que arrastro desde los quince años y que ocasionalmente dejo caer como homenaje a quien fue mi profesor de religión, mentor y buen amigo: el padre Eguren. La frase es una de las últimas de don Quijote cuando, ya agonizante, dicta su última voluntad al escribano y se despide de los presentes con un diálogo en el que enhebra la siguiente intervención: “Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”.

El padre Eguren era un hombre íntegro, con una cierta tendencia a la mística, austero en su vida y en sus palabras, lo que en ocasiones convertía la comprensión de sus explicaciones en una especie de proceso de descifrado. Todo ello lo revestía de un imaginario continente melancólico al que caía como anillo al dedo su negra sotana, que siguió vistiendo hasta su prematura muerte, años después de que el Vaticano II relevara a los sacerdotes de la obligación del hábito.

Al padre Eguren la frase de don Quijote le parecía una de las cosas más tristes que había leído en su vida. Y cuando nos lo decía parecía que se le humedecían los ojos. Así que yo nunca olvidé esa frase, ni la tristeza que le producía al padre Eguren, un hombre de una triste alegría.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre se cita esta escena como ejemplo de hachazo de la realidad, pero, a mi juicio, el pobre Sancho aparece vístima del terrible quiasmo de su propia fantasía

Carlos dijo...

Sí, sé que la obra se interpreta también en esa clave (la del quiasmo), en virtud de la cual el Quijote se "sanchiza" a medida que Sancho se "quijotiza".