miércoles, 7 de mayo de 2008

Inglés en pocas lecciones


Antonio es un hombre bueno. Hace diez años se jubiló tras casi cincuenta trabajando como mecánico de tractores. Desde el primer momento se prometió a sí mismo no dejarse llevar por la pereza, amarrarse a alguna actividad, ahuyentar la decrepitud, engañar a la vejez. Así, durante esta década ha pintado al óleo numerosas telas, ha restaurado vehículos antiguos, ha vencido una grave enfermedad, ha entrado en el coro de su iglesia y ha viajado por toda Europa e Israel.

Los viajes los organiza su parroquia cuyo titular (también anciano, también activo) no deja de pasear a su grey por donde le permiten los bajos precios que logra arrancar a una agencia amiga. Generalmente las excursiones tienen una orientación religiosa o cultural: Jerusalén, Roma, Atenas, Praga, ... Sin embargo, también hay ocasión para el solaz. Es así como Antonio ha ido dos años consecutivos a Mallorca, a uno de esos hoteles donde uno comparte comedor con los turistas europeos. Durante su primera estancia en él conoció a un chiquillo británico con el que congenió a base de gestos, porque Antonio, que es un hombre bueno, congenia con los niños pero no sabe inglés. Todos los días se encontraban en el restaurante o en el salón y jugueteaban un rato, correteando al chaval, subiéndosele al regazo, escondiéndose. Antonio se encariñó con él y cuando llegó el momento de despedirse sintió la separación con una extraña desazón que lo dejó un poco vacío.

Sin embargo, cuando el año siguiente regresó al mismo hotel, volvió a encontrarse con el crío y de nuevo las carreras, y los juegos, y los saltos en el regazo, y la rara dicha de disfrutar lo que se daba por perdido. Y también, al final, el dolor, la puñalada del adiós.

Antonio me dice que lo que más lamenta es no poder hablar con el niño, a quien confía ver este año. “Si sólo pudiera decirle lo más elemental, -cómo estás, te gusta este sitio, quieres jugar-, sería un hombre feliz”, me confiesa.

Y así Antonio se ha puesto a estudiar inglés a sus setenta y cinco años. Se ha suscrito a uno de esos cursos por fascículos que ofrecen los diarios para intentar frenar la caída de las ventas. Como las lecciones están en disco compacto, él las graba en unas cintas para poder escucharlas en su coche mientras conduce. Y este hombre que no pudo estudiar, que ha reparado tractores durante casi cincuenta años, que es bueno, está aprendiendo inglés sólo para poder preguntarle a un chiquillo al que sólo verá una semana cómo se llaman sus amigos del colegio, si le gustan las hamburguesas o qué quiere ser de mayor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sería interesante narrarlo también desde la perspectiva del niño inglés ( siendo una criatura, naturalmente). Ganaría profundidad