sábado, 14 de junio de 2008

Voluntarios

En un parque de cierta zona residencial de las afueras de Madrid se puede asistir la mañana de muchos sábados a un extraño espectáculo. Aparentemente, un grupo de madres jóvenes vigila a sus niños mientras éstos corren y juguetean. El observador curioso reparará pronto en un detalle chocante: las madres españolas cuidan de niños latinoamericanos, mientras que las latinoamericanas se ocupan de niños españoles. Sólo si pregunta saldrá de su asombro merced a una sencilla explicación: estas últimas son empleadas domésticas y los críos a su cargo son los hijos de sus patrones. Las erróneamente supuestas madres españolas son en realidad voluntarias que ofrecen su ayuda los fines de semana en una casa de acogida cercana. En ella encuentran refugio hijos de emigrantes procedentes de hogares rotos, de madres solteras, de padres violentos, alcohólicos o drogadictos, algunos abandonados, muchos maltratados, todos ellos portadores ya de historias más amargas de las que sus pequeños compañeros españoles podrán tal vez acumular a lo largo de una vida entera. Sus cuidadoras son en general jóvenes profesionales, crecidas y educadas en familias de clase media, acomodadas, vecinas en su mayor parte de este barrio privilegiado que no conoce el roce áspero de la necesidad, la delincuencia, el fracaso escolar, ni siquiera la incertidumbre. Estas muchachas entregan desinteresadamente su tiempo a cambio sólo de los sinsabores que acompañan a su trabajo.

Resulta difícil comprender y mucho más acertar a expicar la milagrosa palanca interior que mueve a los voluntarios: qué inconcebible sucesión de pequeños impulsos del alma, enhilados en quién sabe qué fecunda hebra de amor, termina por producir esa ofrenda desprendida que no espera nada en pago.

Céline acertó en mi lectura a expresarlo perfectamente en un emotivo pasaje escondido de su Voyage. Se trata de aquel que describe el paso de su protagonista (Bardamu) por la colonia francesa en el África ecuatorial. En la guarnición militar que la protege, el sargento Alcide quema sus días y su vida en una monotonía que para todos sus compañeros tiene fecha de caducidad: el destino es temporal, como lo es el servicio militar para los conscriptos. Alcide, sin embargo, desea viva e incomprensiblemente una prórroga de su permanencia. En una conversación en la que el texto desprende una ternura sorprendente en el marco descarnado y casi brutal del estilo general de la obra, el sargento explica lentamente el porqué a Bardamu. En la metrópoli vive una sobrina suya, huérfana, que ha dejado al cuidado de una institución religiosa regentada por monjas, bajo un caro pensionado cuya carga soporta a duras penas con lo que gana en su destacamento, tanto con su salario como con las pequeñas corruptelas mercantiles que lleva a cabo. Le gustaría que la niña aprendiera piano, lo que encarecería la escolaridad. Para colmo de males, la chiquilla sufrió una parálisis infantil dos año atrás. Por todo ello, necesita y desea permanecer enterrado en ese infierno africano, para poder dar a la niña todo lo que precisa. Alcide relata todo esto con naturalidad, en voz baja, como disculpándose por revelarlo ante la mirada humedecida de Bardamu quien, a medida que la conversación avanza, va sintiéndose más pequeño ante el hombre a quien tan sólo unos minutos antes despreciaba.

Bardamu cierra el episodio con una reflexión cuya lectura siempre me emociona:

Evidentemente Alcide se desenvolvía en lo sublime a sus anchas y, por así decir, familiarmente, el muchacho tuteaba a los ángeles como si tal cosa. Sin darse cuenta, había ofrecido a una niña, vagamente emparentada, años de tortura, el aniquilamiento de su pobre vida en una tórrida monotonía, sin condiciones, sin regateos, sin más interés que su buen corazón. Ofrecía a la lejana chiquilla ternura suficiente para rehacer un mundo, y sin que nadie lo supiera.

Cuando conozco voluntarios como las jóvenes que cuidan a los niños de la casa de acogida, siento algo que me resulta imposible expresar. Entonces, al llegar a casa, abro el Voyage au bout de la nuit y releo la historia del sargento Alcide y su pequeña sobrinita a la que, sin que nadie lo sepa, está entregando su vida.

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