sábado, 21 de junio de 2008

La vergüenza

En su sueño se veía mal vestido, casi andrajoso, arrastrando los pies por el pasillo del aeropuerto y tirando penosamente de un maletón en el que había metido todo lo que tenía. Una vaga angustia acompañaba su lamentable peregrinación hacia la puerta de embarque, un desasosiego cuyo origen apuntaba a una pérdida cuyo dolor le resultaba insoportable hasta el punto de impedirle respirar. Su mujer y sus hijos habían desaparecido en los primeros días del caos provocado por el hambre, el desabastecimiento, el brusco empobrecimiento del país que poco antes se encontraba entre los más prósperos de Europa. El rápido deterioro de la situación le había empujado a huir. Había intentado continuar, pero no había trabajo, ni alimentos, ni futuro, sólo una implacable represión que apenas mantenía bajo control a millones de ciudadanos que, como él, se veían empujados al destierro.

En una sucesión desordenada de imágenes se encontraba en el avión, mal atendido por una tripulación que lo observaba con disgusto y desconfianza; desembarcaba en el aeropuerto de destino con la misma angustia que en el de salida; la policía del control de entrada se demoraba más de lo razonable en la comprobación de sus datos, lo miraban, le hacían preguntas; sin saber de dónde habían salido, dos agentes lo tomaban de los brazos y con modos bruscos e intemperantes lo metían en una habitación, donde lo abandonaban durante días sin responder a las preguntas que les hacía cuando le traían algo de comer; finalmente, los mismos agentes que lo habían encerrado, lo sacaban con violencia para meterlo en otro avión.

Empezaba a sentir una opresión en el pecho cuando el avión aterrizó. A través de la ventanilla reconoció aterrado el aeropuerto de su ciudad, desde el que había salido días antes. Cuando el aparato paró finalmente, dos policías entraron para detenerlo. Empezó a agitar los brazos para evitarlo.

El ruido de sus golpes sobre el periódico abierto a su lado lo despertó de la siesta. Todavía aturdido, atemorizado y sudoroso intentó recuperar su lugar en la realidad. Se había quedado dormido mientras leía las noticias. Miró el diario cuyas hojas arrugadas por los golpes se esparcían por el sofá y leyó el titular del artículo que había dejado a medias: La Eurocámara aprueba la dura directiva contra los ‘sin papeles'.

4 comentarios:

L. dijo...

Una verguenza, tú lo has dicho. Supone un gran retroceso en cuanto al derecho internacional europeo aunque España no pretenda adoptarla.

Anónimo dijo...

Otra vez unos contra otros. Otra vez puños en alto, por ahora en las mentes y en las decisiones. Antes era en continentes, ahora es en el mundo globalizado. Las camisas pardas mentales no han desaparecido. Espero que cuando "vengan por nosotros", haya algunos otros para defendernos.
Me encanta tu blog Carlitos.
Abrazos desde lejos
Nige

Carlos dijo...

Gracias, Nige, por tu bello comentario, no sé si esperanzado o desesperanzado. Un abrazo desde no tan lejos: el mundo ha encogido. Temo que las mentes también.

Anónimo dijo...

Quizás haya llegado el momento de recordar viejas máximas que se han llegado a considerar naïfs, utópicas, etc.: "Todo el mundo tiene los mismos derechos ( sin entrar en la cínica distinción entre "básicos" y "no básicos").
A veces recuerdo una anécdota de adolescencia: Acuciado por el deseo de acudir a una discoteca donde sabía que estaría una persona que me hacía "tilín", y no disponiendo del dinero necesario, me puse a pedir por la calle. Al poco tiempo me encontré con un compañero de estudios, sobre el que me lancé esperanzado. Éste, sabedor de su posición de dominio, me espetó: "Si es para algún vicio, no te doy nada". Hoy es un muy alto cargo de un gobierno autonómico. Por cierto, la ley de la gravedad no está teniendo mucha consideración de su status.