martes, 24 de junio de 2008

Parnaso


Tengo el privilegio de pertenecer a una generación que todavía estudiaba latín en el bachillerato. Para no perderlo, vuelvo de vez en cuando a la gramática y a la traducción de textos (armado de diccionario, obviamente), si bien disto mucho de ser un experto. No sólo por ello fuimos afortunados. También pudimos conocer y disfrutar (algunos, porque para otros eran un calvario) a los clásicos españoles, así como a los modernos, lo que no estoy muy seguro de que ocurra hoy. Desde Berceo hasta la generación del 27 (curiosamente, Lorca sí, pero Cernuda y Alberti no) aprendimos a recitar de memoria al Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Garcilaso, San Juan de la Cruz, Fray Luis, Quevedo, Góngora, Espronceda, Bécquer, Machado, Lorca, Salinas y tantos otros. Con algunos he llegado a mantener una intensa relación, mientras que la devoción adolescente se enfrió con otros. Ejemplo de los primeros es Garcilaso. De los segundos, Bécquer.

Curiosamente, debo mi acercamiento a Garcilaso a una película de Carlos Saura que toma su título de la vigésima primera estancia de su Égloga I: “¿Quién me dijera, Elisa, vida mía/cuando en aqueste prado, al fresco viento/andábamos cogiendo tiernas flores…”. Tenía yo unos diecinueve años cuando vi la película y reconocí el origen del título (Elisa, vida mía). Me compré inmediatamente un ejemplar barato, de Austral, que me acompañó durante muchos años. Esto fue el comienzo de una pasión, hoy ya más atemperada, que me llevó a estudiar al personaje, incluido el genial comentario que de su obra hizo el divino Herrera en sus Anotaciones.

No es ése el único verso de Garcilaso que es utilizado para dar nombre a una obra. Recientemente, Miguel Bosé ha recurrido al Soneto V para titular un disco (Por vos muero): “Cuanto tengo confieso yo deberos;/por vos nací, por vos tengo la vida,/por vos he de morir, y por vos muero”. Pero el más celebrado, por encabezar uno de los mejores poemas de la literatura española, es La voz a ti debida, de Pedro Salinas, que el poeta pide a la segunda estrofa de la Égloga III: “Y aun no se me figura que me toca/aqueste oficio solamente en vida,/mas con la lengua muerta y fria en la boca/pienso mover la voz a ti debida”.

Otra de mis pasiones de juventud, Cernuda, recurre al préstamo en su libro Donde habite el olvido (Donde mi nombre deje/al cuerpo que designa en brazos de los siglos,/donde el deseo no exista…), tomado de la rima LXVI de Bécquer: “En donde esté una piedra solitaria/sin inscripción alguna,/donde habite el olvido,/allí estará mi tumba”.

Por eso pertenezco a una generación privilegiada: porque hemos recibido de nuestros mayores un tesoro cuidado con amor, reservado para que su entrega a quienes los suceden sea garantía de permanencia: éste es el verdadero Parnaso.

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